domingo, 30 de agosto de 2009

El Vagabundo De Valparaíso

Existen muchos Valparaíso, tantos como tantas versiones de él podamos hacer, como tantos intentos por traducirlo. Cada uno de nosotros tiene una versión atada a nuestra propia experiencia. Veremos a continuación una de ellas, una tremendamente particular.

Hace algún tiempo, años atrás, participando en unas jornadas de apreciación literaria, preparé un trabajo sobre las líneas de Neruda dedicadas a Valparaíso en su libro “Confieso que he vivido”.

Este trabajo será mi nuevo artículo. Espero que mis lectores disfruten de este texto y de esta particular caminata con Neruda por su Valparaíso.

Si enfrenta esta lectura, le recomiendo prepararse un café (es un poco extenso) o servirse una copa de vino tinto y abandonarse a unos minutos de relajada y ensoñadora caminata con Neruda.

Leo Silva (a continuación el texto)...


A MODO DE INTRODUCCIÓN

CONFIESO QUE HE VIVIDO, el libro de memorias dictado por el poeta, es definitivamente, una puerta de entrada al mundo nerudiano.

En él, el poeta nos va relatando no sólo sus memorias con sus datos biográficos - de hecho el libro no debe ser considerado una biografía exacta del poeta - sino que nos toma de la mano para dar un paseo por su mundo, aquel mundo oculto lleno de su imaginario, su particular mirada de los hechos que rodearon su vida y su fantasía.

Qué mejor cita con el poeta que dedicarse a deshojar su libro como si se tratara de sentarse en frente del mismísimo Neruda para recibir su relato a paso quedo, a disfrutar de la presencia del poeta y de sus historias y anécdotas. Reales por un lado, un tanto increíbles por otro, ensoñadoras, oníricas, humorísticas, trágicas, inmensamente nerudianas. Historias regaladas sin solemnidad, soltadas al aire y aterrizadas en las páginas del libro.

Quizás sea por este hecho, de tanta cercanía, de la complicidad que se establece al recibir estas memorias contadas, no biografiadas, que el mundo de Pablo Neruda se abre de par en par al lector oyente involucrado, el que recibe la lluvia sureña en la cara, el que sale de bohemia a beber poesía, el que se va de viaje a dormir con una mangosta en Birmania, el que se esconde clandestino y se escapa por la cordillera, el que se involucra en el ambiente intelectual de Europa y sufre la guerra civil española y llora a García Lorca, el que es llamado a ser candidato y sale de campaña política, el que se enferma y sufre el colapso del sueño de la “revolución en libertad” y muere, finalmente, en el delirio de la urgencia.

Si de visiones particulares se trata, en este trabajo nos iremos de visita a Valparaíso. Pero no el Valparaíso que conocemos, sino el Valparaíso de Neruda, como él lo vio, como él lo vivió, como él lo sintió, cuál fue el efecto del choque de estos dos portentos, cómo se tradujo este puerto mítico en el imaginario poético de Neruda, qué nos diría el poeta si camináramos con él por los callejones y los laberintos.

¿Entenderemos?

Hagamos la prueba...




“La estrella de Valparaíso nos llamaba con su pulso magnético.”
Pablo Neruda




“Valparaíso está muy cerca de Santiago. Lo separan tan sólo las hirsutas montañas en cuyas cimas se levantan, como obeliscos, grandes cactus hostiles y floridos. Sin embargo, algo infinitamente indefinible distancia a Valparaíso de Santiago. Santiago es una ciudad prisionera, cercada por sus muros de nieve. Valparaíso, en cambio, abre sus puertas al infinito mar, a los gritos de las calles, a los ojos de los niños.

”Pablo Neruda – Confieso que he vivido – pag. 81

Con estas líneas comienza Neruda sus recuerdos dedicados en sus memorias, a Valparaíso. Ya también con estas líneas el poeta comienza a sugerirnos qué significa la ciudad para él; la infinita libertad del horizonte marino a la ingenuidad lúdica que invita al descubrimiento infantil, a las ganas de adentrarse, a las ganas de zozobrar.

El poeta comienza a narrar sus historias:

“En el punto más desordenado de nuestra juventud nos metíamos de pronto, siempre de madrugada, siempre sin haber dormido, siempre sin un centavo en los bolsillos, en un vagón de tercera clase. Éramos poetas o pintores de poco más o poco menos veinte años, provistos de una valiosa carga de locura irreflexiva que quería emplearse, extenderse, estallar...”
(pag. 81)

La aventura veinteañera. ¿Podrá existir mejor cómplice para esta desatada ansia de sueños juveniles, de poetas y pintores sedientos de bohemia que Valparaíso? Neruda no escapaba al llamado de la ciudad y nos deja entrever su “locura irreflexiva”, el sentido de esos años de juventud, las ganas de rebelarse, de aventurarse.

Al puerto no le es indiferente Neruda, le muestra sus ángeles y santos, le muestra el delirio de sus hogares y de sus actividades. Un ejemplo es su relato del encuentro con Novoa, según el mismo Neruda, uno de los locos favoritos de la pandilla de artistas que los alojaba en un ranchito, entre quebradas, con olor a vegetación silvestre:

“Era un hombre imponente, de barba poblada y gruesos bigotazos. Los faldones de su vestimenta oscura batían como alas en las cimas misteriosas de aquella cordillera que subíamos ciegos y abrumados. Él no dejaba de hablar. Era un santo loco, canonizado exclusivamente por nosotros, los poetas...”

“...Nos predicaba mientras marchaba; dirigía hacia atrás su voz tonante, como si fuéramos sus discípulos. Su figura descomunal avanzaba como la de un gran san Cristóbal nacido en los nocturnos, solitarios suburbios.”
(pag. 82)

Neruda se aficionó a la observación de las vidas y de sus curiosidades pero, sin duda, nunca una ciudad como Valparaíso le dio tanto material en este sentido. Personajes extraños, con vidas ocultas, solitarios, de ritos diarios que así como estaban, también desaparecían.

“ …Pero su tesoro más agudo y más desgarrador era un violín Stradivarius que conservó celosamente toda su vida, sin tocarlo ni permitir que nadie lo tocara. Don Zoilo pensaba venderlo en Nueva York”
(pag. 83 – 84)

Santos vegetarianos y vegetales, arcángeles que limpian trajes que jamás usan y que guardan tesoros musicales o un explorador muy anciano que es descubierto por el poeta en una casona de tipo mansión y que en su interior tiene varado el mundo exótico de sus exploraciones. Ídolos, escudos de madera revestidos con piel de leopardo, cuchillos de hojas plateadas.

Pero, ¿será cierto todo esto?, ¿serán verdad estas historias que parecieran haber estado reservadas sólo para el poeta?

Sin duda alguna que la verosimilitud puede ser cuestionada, pero por otro lado ¿vale la pena hacerse estas preguntas, cuando el que te las relata, prácticamente tomado de tu brazo, es el mismo Pablo Neruda?

El poeta es un pequeño dios, decía el acérrimo enemigo de Neruda, Vicente Huidobro. Pero es justo que nos valgamos de este dictado para entender el mundo nerudiano como el mundo de un poeta que se crea y se recrea al más puro capricho y voluntad de este mismo. Así, no existe alternativa y lo que resta es naufragar en este universo, en esta ciudad, que no es el Valparaíso de todos los días, sino que es el particular Valparaíso de Neruda.

“Pregunté a los vecinos:
- Hay algún nuevo extravagante? Vale la pena haber regresado a Valparaíso?
Me respondieron:
- No tenemos casi nada de bueno. Pero si sigue por esa calle se va a topar con don Bartolomé.
-Y cómo voy a conocerlo?
No hay manera de equivocarse. Viaja siempre en una carroza. (pag. 86)

Telúrico Neruda, como un cerro de la cordillera se alza para husmear, para asomarse sísmicamente a los balcones de la ciudad. Pero no se entromete sólo en vidas, también retrata al ruido subterráneo que viene a chocar con la costa precediendo al terremoto.

“Valparaíso a veces se sacude como una ballena herida. Tambalea en el aire, agoniza, muere y resucita.Aquí cada ciudadano lleva en sí un recuerdo de terremoto. Es un pétalo de espanto que vive adherido al corazón de la ciudad. Cada ciudadano es un héroe antes de nacer. Porque en la memoria del puerto hay ese descalabro, ese estremecerse de la tierra que tiembla y el ruido ronco que llega de la profundidad, como si una ciudad submarina y subterránea echara a redoblar sus campanarios enterrados para decir al hombre que todo terminó”
(pag. 87)

Gigante Neruda. Tomando a Valparaíso en su mano para estremecerlo, para entretenerse con su juguete, para sacudir el polvo soplando por sobre los techos, expulsando dioses, derribando iglesias vanidosas, repartiendo un pavor cósmico, observando la ciudad en su palma mientras escribe sentado en La Sebastiana, mientras se solaza con tanto paisaje, con tanta vida y con tanta ruina.




Pero Neruda de nuevo sale a caminar, a sorprenderse, a impresionarse con la ciudad y queda atónito de peldaños, de subidas. Cuenta, calcula, se empequeñece. “ Si caminamos todas las escaleras de Valparaíso habremos dado la vuelta al mundo” (pag. 89)

“Cuántas escaleras? Cuántos peldaños de escaleras? Cuántos pies en los peldaños? Cuántos siglos de pasos, de bajar y subir con el libro, con los tomates, con el pescado, con las botellas, con el pan? Cuántos miles de horas que desgastaron las gradas hasta hacerlas canales por donde circula la lluvia jugando y llorando?
(pag. 88)

De tanto caminar las soledades y las gradas porteñas, de tanto jugar al terremoto y manosear la ciudad a pura literatura, de tanto venirse desde joven a la bohemia, a las noches de eterna promesa de amor, el poeta enarbola una teoría fundacional, una idea, una semilla, un génesis mítico.
“La verdad es que luego la inmensa noche despoblada desplegó colosales figuras que multiplicaban la luz. Aldebarán tembló con su pulso remoto, Casiopea colgó su vestidura en las puertas del cielo, mientras sobre la esperma nocturna de la Vía Láctea rodaba el silencioso carro de la Cruz Austral. Entonces, Sagitario, enarbolante y peludo, dejó caer algo, un diamante de sus patas perdidas, una pulga de su pellejo distante.”
(pag. 89)

Pulga de pellejo es este Valparaíso nerudiano. Pellejo de la Cruz del Sur, pellejo de las andanzas de tantos que dejaron su historia, que dejaron sus manos en las paredes como un legado, que vinieron en barcos con el sueño del oro californiano y que después del Cabo de Hornos no se embarcaron más de tanto mareo oceánico. Neruda percibe este rastro. Su nariz de lobo viajero y poeta huele el sudor que se quedó atrapado en la grieta, saborea la lágrima del esfuerzo, sueña el sueño de los viajeros.

“... Feroces y fantásticos días en que los océanos no se comunicaban sino por las lejanías del estrecho patagónico. Tiempos en que Valparaíso pagaba con buena moneda a las tripulaciones que la escupían y la amaban.”
(pag. 90)

Nada se escapa al ojo del poeta, todo lo abarca en su mirada. Cada detalle, cada rincón es un hallazgo y todo lo traduce, todo lo interpreta, todo lo relata de una manera olorosa, con colores, con sabores. Con su dedo preciso te indica el lugar en que debes fijar la mirada, dirige tu enfoque con pericia de camarógrafo y te muestra lo que nadie más ve, la entrelínea y el sub texto que encierran los laberintos.

“En la espiral te espera un carrusel anaranjado, un fraile que desciende, una niña descalza sumergida en su sandía, un remolino de marineros y mujeres, una venta de la más oxidada ferretería, un circo minúsculo en cuya carpa sólo caben los bigotes del domador, una escala que sube a las nubes, un ascensor que asciende cargado de cebollas, siete burros que transportan agua, un carro de bomberos que vuelve de un incendio, un escaparate en que se juntaron botellas de vida o muerte.”
(pag. 91)

La ciudad le sigue el juego en una apuesta entre portentos y le propone y le propone lugares, cada vez más, más rincones. Asómate por aquí, entra por acá, gira en esta esquina, sube ahora esta escala. Ambos están enamorados y han perdido lujuriosamente los estribos. Uno propone y el otro descubre y se interna, no tienen límites. Ya no basta con leerse las palmas de las manos, ya no basta la intromisión poética, ya no basta tirarse la suerte en una encrucijada, el cara y sello de los callejones intravenosos.

Valparaíso es demasiado seductor, tiene muchas artimañas, está oculto y a la vez demasiado expuesto y se ofrece excesivamente, no tiene pudor alguno y el desafío se hace inalcanzable. Al final, Neruda se rinde, cae derrotado, se convence, toma en cuenta que no alcanza.

“Yo no puedo andar en tantos sitios. Valparaíso necesita un nuevo monstruo marino, un octopiernas, que alcance a recorrerlo. Yo aprovecho su inmensidad, su íntima inmensidad, pero no logro abarcarlo en su diestra multicolora, en su germinación siniestra, en su altura, en su abismo.”
(pag. 92)


A MODO DE CONCLUSIÓN

Subyugante experiencia esta, la de penetrar de la mano de los textos de Neruda en Valparaíso. La sensibilidad de la mirada del poeta nos dicta un camino a seguir, nos enseña a mirar, a descubrir. Nos dice: Si yo puedo, tú también puedes. Solo debes abrir los ojos y el alma, no sólo para ver lo que todos ven, lo evidente, sino para que el propio lugar te tome de la mano, para que tu alma se vea invadida. Solo así podrás ver los fantasmas, las pisadas, soñar sueños de otros, vestir sus ropas, habitar sus casas. Cada lugar, cada ciudad del mundo, es un libro abierto esperando ser leído. Merecen ser caminados con devoción de Neruda, de poeta, con dedicación de busquilla entrometido.

Mientras se revisa este texto dedicado a Valparaíso, uno puede salir a caminar y transgredir lo puramente cotidiano. La lírica de Neruda es demasiado fuerte como para que deje indiferente y uno termina cediendo a la literatura.

En este final me quedo suspendido en la cuerda floja, en el vaivén del texto, en una subida por ascensor suspendida...

Leo Silva

jueves, 13 de agosto de 2009

Where are you from ??


Ya saben que me gusta provocar el cruce de culturas. Me encanta cuando pones a dos culturas en una situación cotidiana y puedes presenciar los resultados de la experiencia.

Este contacto en un circuito turístico provoca las primeras sorpresas y en algunos casos los primeros pequeños choques culturales que no llegan a ser traumáticos para el que los sufre, porque se encuentra en un estado positivo, completamente permeable y abierto a lo inesperado. El humor se transforma en el mediador que negocia en buena forma este cruce, traduciendo todo a una gran experiencia multicultural.

En mi caso, mis pasajeros deben adecuarse a nuestras “muy particulares” formas y modos en que hacemos las cosas y enfrentamos nuestro cotidiano. Gran parte de mis recorridos por Valparaíso los hacemos caminando y vivenciando la ciudad y ello te somete a no ser un simple observador, sino que, a participar y a mezclarte y, más temprano que tarde, algo sin duda alguna sorprenderá tanto a unos como a otros. El choque cultural es una constante de los circuitos “in side” y es el momento en que puedes detectar que pequeñas cosas se pueden transformar en un gran evento o en algún efecto vertiginoso.

Todo puede volverse una atracción turística o un cruce cultural y esa es la parte más interesante. Para nosotros, por ejemplo, es normal, y no nos cuestionamos la velocidad en que se suele conducir en el transporte público. Es más, mientras más rápido mejor y todos andamos en una vorágine de velocidad, de frenadas, de esquive, etc. Por suerte aún respetamos los pasos de peatones. Cómo sea, esa es nuestra forma, así lo hacemos, bien o mal es como somos.

La Avenida España es pista de carreras para nuestros chóferes de micros. No me había dado nunca cuenta de lo que podría suceder si subía a un grupo de más de 15 pasajeros extranjeros a un bus de la ciudad, considerando que en sus ciudades la velocidad máxima dentro de los cascos urbanos es de 50 km. por hora. En Chile también lo es, solo que nadie toma cuenta de este detalle. Cuando el bus parte, inmediatamente se agarran de los pasamanos y comienzan las risas nerviosas y las miradas entre ellos. Una vez un alemán me dijo al bajarse del bus. Este quién es??? (por el chofer) Schummacher???

Justamente una de mis mejores experiencias en un bus público sucedió en el famoso bus “O”, ahora bus 612. Una situación en que el humor apareció suavizando un momento, sino del todo incomodo, digamos que un poco inusual para todos los que la vivieron.

Venía con un grupo de holandeses desde ascensor Polanco. Ya era pasada la hora de salida de los escolares en días de septiembre. Atravesamos a la Av. Argentina para esperar el transporte que se demoró en llegar y ya había bastantes estudiantes en la parada. Nos subimos todos. Los míos eran más de 15 pasajeros subiéndose a un micro bus (se llaman micros porque son pequeños) que ya estaba bastante lleno. Todos apretujados adentro, acomodados lo mejor que podíamos, repartidos, apretados y encogidos.

Los buses que circulan en Valparaíso están diseñados para un promedio de altura que corresponde al chileno, es decir, un metro y setenta de altura. Los holandeses tienen un promedio de un metro y noventa centímetros de altura. Viajan literalmente agachados. Todo esto para ellos no es gran problema, ni el bus repleto, ni su altura, ni que deben moverse constantemente para atrás, estar piel con piel entre ellos y los locales y para dar más posibilidad a que el bus tenga aún más pasajeros. Para los extranjeros todo esto conforma una gran aventura. Es América del Sur y ellos están en medio de este continente y su cultura mágica.

Estábamos en medio de todo este apretuje y los locales, que aún no se acostumbran a tanto gringo junto, estaban pendientes de las reacciones. El conductor lucía como el típico chofer de buses de Valparaíso; en manga de camisas, sudoroso por el calor, moreno, un hombre rudo. De pronto y al percatarse que tenía una hermosa holandesa tan cerca, muy seguro de sí mismo y con una soltura impresionante, mientras conducía le dijo:

.- Where are you from??

Ella, medio sorprendida, respondió

.- I’m from Amsterdam

Chofer: Really??? I know Amsterdam and also Rotterdam. I’ve been there many times....

Todo el mundo en el bus se sorprendió. Holandeses y en especial los chilenos: Un Chofer de micro que habla inglés???

Aunque el impacto fue total, no es nada de extraño en Valparaíso, que es un puerto y en donde muchos han sido marinos mercantes que han recorrido varios países y puertos en el mundo. Suelen hablar Inglés, italiano, griego y hasta un poco de ruso.

Inmediatamente los chilenos comenzaron las tallas y bromas al respecto; “Cacha loco, el chofer pah pulento, habla inglés”. Quién quiere practicar “lenguas” conmigo???...

Los holandeses también comenzaron a hacer sus bromas entre ellos. Todo el recorrido transcurrió entre chistes en distintos idiomas, todos se reían, Unos se daban cuenta que los otros hacían bromas y eso los alentaba a seguir y el efecto pasaba a también a la inversa.

Cuando nos bajamos en el paradero de Av. Alemania más próximo a La Sebastiana, todo el bus se comenzó a despedir de mis pasajeros; Bye, bye. Señas de adiós y buena suerte tras las ventanas del bus. Mientras que los holandeses replicaban desde abajo haciendo señas, despidiéndose de sus amigos chilenos; Chao, chao.

Fue una tremenda experiencia para ellos, lo comentaron a lo largo del día. Tuvieron un feed back, una retroalimentación, una respuesta amigable, se sintieron parte, no solo visitantes, no turistas, sino que habitantes, distintos y al final similares.

Para mí, fue una experiencia surrealista. Todos se rieron y lo pasaron muy bien, todos hicieron bromas y chistes y, en realidad nadie entendió nada de lo que se dijeron…

…o entendieron???

Leo Silva