lunes, 27 de julio de 2009

Temporal

¿Hace cuánto que no tenemos un buen temporal??

Quiero decir, uno de aquellos con norte claro y sur oscuro, con el viento soplando, primero suave desde el norte, cubriendo de olor a mar toda la ciudad, para después desatarse en tormenta, en especial de noche, con truenos y relámpagos. Lluvia interminable que duraba semanas, tormenta que se detenía para después continuar con mayor ferocidad. Volando techos, haciendo crujir vigas, el agua golpeando en las ventanas. Las calles convertidas en ríos y las escaleras en cascadas.

En lo personal, extraño mucho esos temporales infinitos. Recuerdo que la temporada de lluvias comenzaba casi en mayo y se extendía hasta agosto y algunas veces hasta septiembre. Extraño sentir la precariedad de la ciudad sometida a la naturaleza descontrolada de la lluvia. Muchas veces me parecía que la ciudad estaba viva en medio de la tormenta. Era como si Valparaíso despertara de un sueño, era ver la ciudad convertida en un barco que las olas mojaban en su embate incansable, era verla danzar y moverse a merced del viento y la lluvia. Algo de ese puerto viejo, marinero, piratesco, despertaba en esos días de temporal.

De niño tenía un ritual cuando podía sentir los indicios de la tormenta. Como todo habitante de la ciudad, el olor a mar, las tonalidades del cielo, aquella sensación en la piel, la temperatura indecisa entre frío y tibieza, el sonido del tren más cerca que lo común, pues el viento desde el mar acerca los sonidos de la ciudad a los cerros, todos aquellos signos evidentes que aprendemos a traducir y a comprender; el temporal se acercaba inevitablemente. Corría entonces a buscar un libro: Moby Dick de Herman Melville. No era mío, era de mi hermano mayor, sin embargo le sacaba este libro viejo de páginas amarillas y quebradizas para salir corriendo con él a un cuarto en el alto de mi casa paterna con vista al mar. Una pieza solitaria sin conexión interior con la casa, sometida absolutamente al viento. Estar ahí era estar en el medio del temporal. No solo sentirlo y vivirlo, sino que hacerse parte de esta fiesta de viento y lluvia.

El cuarto estaba amoblado y tenía un escritorio y una cama. Me tendía en ella y me cubría para leer Moby Dick y tener la banda de sonido perfecta para su aventura: El viento y la lluvia.

Alucinaba, sencillamente alucinaba, en especial cuando leía las líneas sobre Ahab, el capitán del Pequod que soñaba con vengarse de Moby Dick, en uno de sus viajes había escupido en el cáliz de una iglesia en Valparaíso. Wow!!! pensaba, y yo estoy aquí mismo.

Me encantaba detener la lectura calculando el momento cuando los barcos cargueros saldrían a capear el temporal mar afuera. Era en ese momento cuando podía calcular el tamaño de las olas en comparación con los grandes barcos que salían metiendo su proa en el mar, sumergiéndola para sacarla nuevamente entre la espuma blanca. Me dormía arrullado por el sonido de la lluvia y del viento con aquel libro entre los brazos.

De noche, el temporal podía darte aun más una sorpresa trágica si despertabas en medio de la tormenta sintiendo la sirena de algún barco. Podías suponer que alguno de ellos estaba en problemas en medio del mar y que los remolcadores de seguro lo estarían empujando o tirando, tratando de evitar lo inevitable. Que el mar lo sacara cual cajita de fósforos a la playa, o lo montara en alguna roca encallándolo. El Naguilán, el Algarrobo, la barcaza Águila, el Rostro, el Río Rapel o el último de ellos, El Avon, serían algunos de los que terminaron en el sector de muelle Barón o caleta Portales.

Cómo extraño un buen temporal en Valparaíso. Correr por las calles saltando el agua convertida en río en las calles en bajada, llegar a un mirador o a la playa y abrir los brazos para ser abrazado por el viento, la costanera y jugar a arrancarse de las olas que golpeaban la orilla en una explosión blanca de agua y sal, estar en medio de esa aventura cinematográfica, emocionante, real y terriblemente trágica.

Cómo extraño una buena tormenta en Valparaíso. Quiero zozobrar, naufragar en medio de viento y mar.

Leo Silva

domingo, 12 de julio de 2009

Contrapunto


A la hora de viajar, no soy un pasajero que contrate muchos servicios de turismo. Aunque eventualmente lo hago para ver cómo se afronta la actividad turística en otros lugares, en especial City Tours. Mi manera ideal de visitar un lugar incluye muchos mapas, información del transporte público, líneas de metro o la mejor experiencia que el lugar pueda ofrecerme, y eso significa para mí la mayor posibilidad de encuentro con la identidad del lugar.

Experiencia es la palabra y es el concepto más importante que un sitio y alguna actividad relacionada nos pueda brindar. Es más que estar en un hotel sentado en la piscina y bebiendo un trago. Justamente todo está sucediendo afuera. Las ciudades y lugares tienen su vida, sus rincones, su propia cultura local digna de conocer.

“…Yo quiero beber algo en el bar al cual tú vas”, me dijo una vez un pasajero en uno de mis circuitos. Él tenía muy claro que ésa era la manera ideal para experimentar el verdadero sabor del lugar y sus experiencias más tradicionales, aquella que le haría decir, yo estuve ahí, yo fui parte, yo lo viví.

En el caso de las ciudades, experimentar el transporte público es una de estas grandes aventuras, en especial por la sensación de perderse, de no saber muy bien si se llegará a destino, y porque en el trayecto, se está piel con piel con la gente local. Se puede oír sus conversaciones, su particular acento y sus expresiones cotidianas. Y si este transporte público es inusual, extraño, frágil y además se va adentrando en intrincados callejones o simplemente sube y baja, entrometiéndose entre ventanas y balcones y la intimidad expuesta de la ropa colgando, se transforma inmediatamente en una gran experiencia a vivir.

Aunque los porteños creen que sus ascensores son únicos en el mundo o que no tienen su símil en otros lugares, se equivocan grandemente. Es evidente que son únicos en su forma, sin embargo hay varias ciudades en donde existen similares. También hay ciudades que muy de cerca se asemejan a Valparaíso. Por supuesto estos lugares y sus ascensores se convierten en eventos para vivir y registrar.

Lo invito a que vea el siguiente video.

Recuerdo que una vez le mostré este video a un amigo y me preguntó, qué parte de Valparaíso era ésa que no la conocía.

Impresionante esos elevadores funiculares de Lisboa que son tripulados pero que, sin lugar a dudas, son primos de nuestros ascensores. Si vemos el video de nuevo y lo vamos degustando paso a paso, descubriremos ciertos detalles que no nos son tan ajenos.

Lo primero que salta a la vista es el graffiti o tags con que el ascensor está rayado. No sé a usted, pero para mí le aporta un sentido de realidad tremendo. Es que no quiero visitar lugares en donde todo esté tan limpio, tan preparado, tan aséptico, tan bendito. Quiero visitar lugares con carácter propio. Quizás por lo mismo el metro de Bs. Aires (Subte), me pareció tan interesante. Muy urbano, muy usado, vivo.

Me encanta el detalle de la conductora del ascensor. Recuerdo inmediatamente que tenemos varias conductoras en nuestros trolleybuses y no puedo evitar hacer el paralelo de su recorrido y esta especie de fusión con un ascensor que da como resultado este “elevador lusitano”.

Lo otro es la calle o subida. ¿Almirante Montt???, ¿Cumming???, ¿Subida Ecuador???. Tan similar, las mismas casas, edificios, las barandas de contención a la izquierda construidas con rieles, la gente subiendo a paso cansino mientras los elevadores se cruzan en la calle por centímetros sumando, a esto que también toman curvas, pareciera que casi se van encima de las personas que caminan. Cuando la cámara gira, abajo, se puede ver un lugar que recuerda mucho a Plaza Aníbal Pinto.

Por favor, ponga play en el siguiente video.


El ascensor Florida que sube y baja entremedio de las plantas, escaleras, mientras se revela la ciudad abajo. Muy interesante la toma, cuando en medio de un pasaje, entre las casas, se puede ver pasar al ascensor subiendo. La llegada arriba en la fragilidad de las latas a la derecha y los palafitos sosteniendo las casas en la orilla. La impresionante bajada a la ciudad, escaleras a la izquierda y el otro ascensor que se viene de abajo. Un puentecito que cruza sobre el viaje mientras el carro suena completo y cuesta sostener la filmación. Al pozo abajo hasta que la señora abra la puerta.

Sin duda alguna el contrapunto se hace muy interesante.

Lo invito ahora a un recorrido mágico poniendo play al siguiente video.


Las calles empedradas con rieles y las curvas imposibles. El conductor da el vuelto mientras se espera a que aparezca el otro tranvía allá al fondo sorpresivamente desde la izquierda. Hay que esperar porque la doble línea se transforma en una sola. La callecita a la derecha y la punta en “Crucero” de la esquina. Los peatones hacen el quite y se ponen a resguardo de la pasada del vehículo en el callejón. Autos estacionados y la ropa tendida en los balcones.

Genial video de un tranvía en Lisboa que nos muestra un barrio que bien podría estar en el cerro Bellavista de Valparaíso. Podemos apreciar ahí los mismos detalles que aportan el carácter de la ciudad, los mismos guiños a nuestra cultura laberíntica.

Sigamos con el contrapunto viendo el siguiente video


Encajonada subida entre las calaminas y las ventanas mientras se deja abajo un par de puertecitas y la ciudad comienza a aparecer. La sonajera de las latas del ascensor, la avenida con los autos estacionados arriba. La gran vista de la ciudad y el mar finalmente.

Son tres funiculares en Lisboa y un ascensor, el Santa Justa. Además de una red de tranvías.

En Valparaíso son 14 funiculares y un ascensor, El Polanco, tan diferente a su hermano de Lisboa, pues allá no hay un túnel de acceso y en el de acá no se llega a una cafetería.

De los ascensores porteños tenemos varios con problemas y detenidos casi a perpetuidad. Los otros en su mayoría se debaten funcionando sólo en los horarios de mayor movimiento y cerrando el resto del día y los fines de semana. Justamente los dos ascensores de Valparaíso que aparecen en estos videos, abren algunas horas al día. Son sólo unos pocos los que funcionan con horario continuado y los que se han reacondicionado para la actividad turística. Sin embargo, el viajero que llega a Valparaíso busca los funiculares más escondidos, los más reales, aquellos en donde no pueda ver a otros turistas y en donde sienta que penetró a un lugar absolutamente local, un lugar que descubrió por si solo o con alguien que acertadamente se lo mostró.

Es una gran suerte contar con nuestros ascensores y sería un gran acierto trabajar muy duro para ponerlos a todos a funcionar a la brevedad. Deberían ser la prioridad para sus administradores y que cada vez que alguno de ellos presente algún problema, inmediatamente deberían existir cuadrillas de técnicos reparándolos.

Son, por sí solos, un tremendo atractivo turístico. Podrían ser elevados a símbolos de la ciudad. Se debería potenciar aun más en el marketing de Valparaíso como un enganche persuasivo.

Al igual que Lisboa, Valparaíso es una ciudad con carácter, con encanto, no para el turista, sino para el viajero que quiere empaparse de una cultura diferente. Aquel viajero que va con su handbook en la mano, con su Lonely Planet en la mochila, muchos mapas en los bolsillos y el deseo de vivir su experiencia y decir…

… yo estuve ahí.

Leo Silva.